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Derecho y Corrupción

El anacronismo de la pena de muerte en Estados Unidos

por Hugo Marín (hugo.marin@lamegamedia.com)


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En septiembre del 2015, durante su visita a los Estados Unidos, el Papa Francisco se dirigió al Congreso y –de forma directa– presentó una sólida ponencia llamando a la abolición de la pena de muerte en este país. 

Teóricamente, el sistema de justicia estadounidense propone que cualquier persona acusada de algún delito, sea considerada inocente hasta que se pruebe lo contrario, y procesada por un juicio justo y transparente. No obstante, el sistema no es perfecto. 

Los planteamientos de legislación para eliminar la pena capital se basan en evidencias que demuestran como el racismo sistemático en nuestras instituciones de ley y orden, la pobreza y las barreras del lenguaje pueden afectar procesos judiciales, produciendo convicciones injustas, desiguales y a veces, crasamente equivocadas. 

El consenso general y estadístico apunta a que las comunidades negras e hispanas son desproporcionadamente impactadas por las deficiencias del sistema judicial, desencadenando en una población penal constituida en su mayoría por personas de color. 

El pasado 17 de enero, se conmemoró el Día del Dr. Martin Luther King Jr. (MLK Day). 

Sin embargo, esa misma fecha marcaba el 45 aniversario de la primera ejecución en el territorio estadounidense (Gary Gilmore, 1977) tras el Congreso restablecer la pena de muerte en 1976.

La figura de MLK hoy se presenta como una de unidad, de no violencia y paz, pero ese no era el caso cuando estaba vivo. 

La verdadera historia refleja un legado radical que no evadía la confrontación.

Una forma en que se evidencia ese radicalismo yace en su postura sobre la pena de muerte. 

En 1957, en un período cuando pasaron unas semanas sin una ejecución, el Dr. King expresó que “la pena capital está en contra de la más alta expresión de amor en la naturaleza de Dios”.

Para MLK, la pena de muerte representaba una extensión de lo que eran los linchamientos. 

“Esos actos son posibles por la misma razón por la que la esclavitud fue posible”, subrayó el Dr. King, explicando que –para justificar la esclavitud– los primeros estadounidenses “despersonalizaron” a las víctimas, despojándolas de su humanidad, y “estigmatizaron” a la gente de color. 

El racismo juega un preocupante rol en el sistema judicial y de pena de muerte. 

Del total de personas esperando ser ejecutadas en Estados Unidos, un 55% está constituido por afroamericanos y latinos. Un 42% son blancos.

De los 186 convictos exonerados desde 1976 por condenas injustas, el 54% eran personas de color.

En diciembre de 2020, La Mega Nota publicó la historia del hondureño Clemente Aguirre, un hombre inocente que sobrevivió a una condena a muerte en el estado de Florida.

Aunque no hablaba inglés, y no comprendía el proceso al que se estaba exponiendo, Aguirre fue encontrado culpable y sentenciado a muerte por un crimen que no cometió. 

Por 15 años, esperó su ejecución, a pesar de que durante todo este tiempo las evidencias forenses comprobaron su inocencia, indicando que la hija de su vecina (una mujer blanca) probablemente las mató. 

Ella había confesado haber cometido los homicidios en al menos cinco ocasiones. 

Tras un largo y arduo proceso, sus abogados lograron sacarle de allí.

Ahora está vivo para contar su historia, oportunidad que muchos no tuvieron y tal vez no tendrán.

Continuando el legado del Dr. King, no se debe pasar por alto esta grave injusticia ni ignorar la forma en que la pena capital impacta a los vulnerables como una manifestación extrema del racismo institucionalizado. 

Al momento de redactar este artículo, 26 estados se contaban en la lista de aquellos que habían puesto fin a los asesinatos administrados por el sistema penitenciario. 

Actualmente existen legislaciones para que otros estados hagan lo mismo. 



 
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