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¡Con orgullo puedo decir que soy latinoamericano!

por Abel Zavala (azavala@lamegamedia.com)


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No solo soy mexicano-estadounidense, sino que también soy latinoamericano, y eso me enorgullece.

Amo que mi familia sea guanajuatense y que mis amigos y compañeros de trabajo sean de otras partes de México, como de Centro y Sudamérica. 

No me avergüenza hablar español en público, y no rechazo la comida de mi gente. 

Y es un honor trabajar para un medio de comunicación latino. 

Y entre todo, reconozco que soy de dos mundos.

Ser latino viviendo en este país siempre ha sido un desafío, pero entiendo por qué en mi niñez estar cerca de personas como yo –cuyos padres o ellos emigraron de otro país– fue vital para mí.

Al crecer en esta nación, las tradiciones y los valores estadounidenses siempre me rodearían, y jamás dejaría de hablar inglés, pero si de niño esos valores no hubieran sido mi mayor prioridad, todo lo que soy y sé se perdería.

Crecí viendo “He-Man” y “Transformers” después de mis clases, pero también veía telenovelas con mis hermanas por las noches. 

Los sábados y domingos por la mañana eran dedicados a programas y caricaturas en inglés, pero después eran para “Sábado Gigante” y “Siempre en Domingo” con mi familia.

En los 90, mi hermano me llevaba por las calles de Chicago mientras escuchábamos a Banda El Recodo y Los Temerarios –entre otros artistas– a todo volumen. 

Si bien, a veces escuchábamos a artistas de R&B y hip hop sin que él entendiera la letra, yo preferiría oír y cantar lo que ambos comprendíamos.

Mis dos primeros trabajos fueron de mesero en restaurantes mexicanos y extraño a las amistades que hice allí, como a mis amigos oaxaqueños Nelly y Rada, quienes me introdujeron a las tlayudas y los chapulines.

En la secundaria tomé clases para aprender francés porque entendía la importancia de ser multilingüe, pero en los restaurantes que trabajé también aprendí palabras y frases de mis compañeros tarascos.

En mi juventud, actué en obras de teatro para mi secundaria, y también fui Juan Diego durante unos 4 o 5 años.

Integré las bandas de concierto de mi escuela, como lector y parte del coro para las misas en español.

La mayoría de las personas que conocía y con las que me juntaba de joven eran mexicanos o mexicoamericanos.

Tenía algunos amigos y conocidos de otras partes de América Latina, sin embargo, no fue hasta vivir en Cincinnati que conocí a más personas de Panamá, Venezuela, Colombia, Guatemala y Puerto Rico, entre otros lugares.

Gracias a las relaciones que construí con ellos, entendí la importancia de nuestros diferentes modismos y conocí sus comidas, como las pupusas, las arepas y la Ropa Vieja.

Ahora, mientras sigo viviendo en Cincinnati –una ciudad que en mi opinión es muy conservadora en sus valores estadounidenses– es más importante que nunca continuar conformando una comunidad que siempre ha sido parte de mí.



 

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