El Charco (España), 20 oct (EFE).- Si el cuidado que una sociedad dedica a sus animales se tomase como indicador de su grado de civismo, la nota de una isla que es capaz de emocionarse con el rescate de unos perros cercados por la lava el mismo día que una colada comienza a sepultar uno de sus barrios más queridos se saldría del mapa. Pero en la isla canaria de La Palma están necesitados de alegrías.
"Llevamos 31 días de volcán. Todos teníamos algún tipo de esperanza, pero la realidad es que no ha habido ni un solo día de tregua", decía este miércoles en Canarias Radio Noelia García, alcaldesa de Los Llanos de Aridane, el municipio español que vio desaparecer a cámara lenta el barrio de Todoque y que ahora contempla, atónito, cómo la historia se repite con el núcleo de La Laguna.
Quizás por eso, La Palma puso todas las facilidades cuando un grupo de defensa de los animales levantó la voz para advertir del abandono que sufría un grupo de podencos que se habían quedado cercados por dos coladas de lava en una zona que lleva semanas evacuada, abandonados a su suerte en una especie de isla verde dentro del tremendo campo de malpaís que sigue formando el volcán.
Se sabe que los perros están allí porque algunos drones que sobrevolaban la zona donde los filmó. Incluso se utilizaron esas mismas herramientas estos días para hacerles llegar algo de comida.
Realmente se ignora cuántos son -algunas versiones citan cuatro animales, otras hablan de seis- y ni siquiera las personas que intentan rescatarlos conocen a quién pertenecen, pero casi todos sospechan cuál es su contexto. Son podencos, perros de caza.
Este miércoles era el momento marcado para que la firma Aerocamaras probara si puede sacarlos de allí con sus drones de transporte, como asegura. Y pudo hacer una prueba esperanzadora: desplazar sobre ese terreno una carga de 15 kilos durante 1.200 metros (supuestamente tendrán que volar 500 metros de y ida y otros 500 de vuelta), con un tercio sobrante de batería.
Sin embargo, surgió un problema inesperado: los perros no están, o al menos los drones no los ven, ni siquiera con cámaras térmicas. Porque, con los cerca de 30 grados que había este mediodía en el sur de La Palma, si uno de los podencos estaba refugiado a la sombra de un arbusto o de cualquier elemento que haya sobrevivido a las cenizas, su huella térmica no se distingue de la de una piedra.
"Con nuestras cámaras podemos distinguir la cara de los perros a 300 o 400 metros, pero es verdad que pueden estar escondidos entre matorrales y en otros muchos sitios. Esto hace que con el calor sean más difíciles de localizar", explicó el consejero delegado de Arocámaras, Jaime Pereira, a los periodistas que aguardaban el resultado de la búsqueda en Los Charcos, en el último control de tráfico antes de entrar en la zona de exclusión.
Ni la empresa, ni el colectivo animalista que impulsaron la operación, Leales.org, tiran la toalla. Seguirán buscando esta tarde, cuando bajen las temperaturas, y lo mismo mañana jueves por la mañana. Incluso por la noche, si les dejan, precisó Pereira.
Mientras tanto, los drones siguen sobrevolando la zona cercada por las coladas reproduciendo sonidos que deberían atraer a los podencos, suponiendo que ya estén acostumbrados a esos pequeños helicópteros que les proporcionaron comida durante días.
La distancia de 500 metros del lugar donde se cree que están los canes la fijó el Plan Especial de Protección Civil ante Riesgo Volcánico de Canarias (Pevolca) pensando en la seguridad de las personas que operan los drones y les prestan apoyo, porque la lava en esa zona sigue muy caliente, aunque su costra parezca ya fría.
"Estamos muy bien asesorados por un equipo de veterinarios. Sabemos que son perros muy duros, pueden aguantar situaciones realmente complicadas. En cuanto veamos a tan solo un perro, pediremos autorización para sacarlo y, a partir de ahí, decidirá el responsable de turno", recalcó Pereira.
Si lo consiguen, darán una pequeña alegría a miles de palmeros que llevan un mes sometidos a la tortura a cámara lenta del avance de las coladas de lava sobre cientos de casas y tierras de cultivo, gentes resignadas que han asumido que nada se puede hacer, que solo cabe apartarse. Pero esta vez puede que sí; esta vez, aunque solo sea por un instante, puede que le doblen por el brazo al volcán.
Por José María Rodríguez