Moscú, 12 feb (EFE).- Pese a que la mala prensa le persigue desde el envenenamiento del líder opositor ruso, Alexéi Navalni, el Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) sigue contando con adeptos, que han pedido a las autoridades que devuelvan el monumento del fundador de la "Cheka", Félix Dzerzhinski, a su antigua casa, el corazón de Moscú.
"Ningún otro político en la Rusia actual podía haber controlado la situación y evitado la completa desintegración del país entre 1917 y 1920", comentó a Efe Alexandr Mijáilov, jefe de la organización Oficiales de Rusia, que incluye a veteranos del Ejército y de los órganos de seguridad del Estado.
La imagen de la retirada hace 30 años del monumento de la plaza Lubianka, famosa por acoger el cuartel general y las mazmorras del KGB, dio la vuelta al mundo y confirmó que la Unión Soviética tenía los días contados.
Los demócratas consumaron su venganza, ya que la URSS desapareció poco después (1991), pero los nostálgicos no se han ido a ninguna parte.
LA ESTATUA RESISTE EL PASO DEL TIEMPO
Políticos y escritores se han aliado ahora con veteranos de los órganos de seguridad para dirigirse a las autoridades y pedir el retorno de "Félix de Hierro" a la plaza, lugar que abandonó el 22 de agosto de 1991 tras el fracaso del golpe de Estado, aunque muchos rusos le consideran simple y llanamente un asesino.
"Para mí Dzerzhinski es un símbolo del terror rojo, un verdugo", comentó Vladímir Pozner, el popular presentador de la televisión pública rusa.
Desde entonces, la estatua ha permanecido en un parque al aire libre (Muzeón), donde se exponen monumentos de dirigentes soviéticos que no resistieron la ira de las masas, incluido Lenin y Stalin, que aún tiene la nariz rota.
El monumento del fundador de la policía soviética es imponente. Muchos moscovitas pasan y no parecen advertir su presencia, aunque el rostro de Félix es inconfundible con su inseparable bigote y el pedestal incluye el emblema del KGB.
"Por regla general, los que están en contra del retorno del monumento no saben quién es Dzerzhinski (1877-1926). Hubo otras estructuras bolcheviques que utilizaban métodos represores, pero todo se le apunta a Dzerzhinski", replica Mijáilov.
De Dzerzhinski, que está enterrado junto a Stalin en la necrópolis situada tras el mausoleo de Lenin, apenas hay rastro en el resto de la ciudad. Un mosaico en el barrio que lleva su nombre en el noreste de la capital y un busto en el recinto del ministerio del Interior son las únicas excepciones.
SU LUGAR ESTÁ FRENTE AL FSB, SEGÚN INICIATIVA
Los comunistas aprovechan cualquier ocasión -la última en el centenario de la policía secreta soviética en 2017- para pedir la restitución de la estatua. Pero, esta vez han sido dos las peticiones oficiales.
Primero, Oficiales de Rusia se dirigió a la Fiscalía para que valore la legalidad de la retirada del monumento, decisión que adoptó el Ayuntamiento de Moscú hace 30 años.
"Si somos una sociedad civilizada, no hay que luchar contra los monumentos. Si en alguna ocasión cometimos un error, hay que subsanarlo", insiste Mijáilov.
Otro de los argumentos es el valor artístico del monumento erigido el 20 de diciembre de 1958 y que es obra del escultor soviético Yevgueni Vuchetich, quien esculpió la Madre Patria de Volgogrado o el monumento Espada en Arados situado frente al edificio de la ONU en Nueva York.
EL AYUNTAMIENTO Y DDHH SE OPONEN
El Ayuntamiento se pronunció en favor de restaurar la plaza, pero no con la estatua de Dzerzhinski, sino con la fuente de bronce que la presidía hasta 1934, opinión que comparte el funcionario que dirigió las labores de desmontaje en 1991, Serguéi Stankévich.
La que aún no ha contestado es la Fiscalía, aunque cuando le consultaron al portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, consideró la pregunta "no patriótica, sino provocadora".
La segunda iniciativa incluye a varios políticos e intelectuales, entre los que figura el novelista y político cercano al Kremlin, Zajar Prilepin, y el periodista Alexandr Projánov, uno de los mayores representantes de la nostalgia soviética.
Consideran que el hecho de que en la plaza de Lubianka (Dzerzhinski de 1926 hasta 1991) se instalara otro monumento, una roca procedente del primer GULAG de la historia, el archipiélago de Solovkí (mar Blanco), no es un obstáculo.
"Al contrario, lo completará", comentan los autores de esta iniciativa, quienes llaman a "amar y aceptar la historia tal y como es".
Mientras, los activistas, incluido el consejo de derechos humanos adscrito al Kremlin, consideran que la medida sería un insulto para las víctimas de las represiones soviéticas, tiene un cariz claramente electoralista y recuerdan que, según los sondeos, más de la mitad de los moscovitas rechazaron la iniciativa en el pasado.
El propio Mijáilov admite que es sólo "moderadamente optimista" debido a las actuales tensiones políticas en Rusia. "Si devolviéramos ahora a Dzerzhinski (...), habría manifestaciones contra el monumento", admite resignado.
Ignacio Ortega