Sao Paulo, 10 may (EFE).- Un par de camionetas, un autobús escolar y una casa rodante ocupan una calle cerca de una de las paradas del metro más concurridas de Sao Paulo. En su interior viven los "nómadas" brasileños, personas que lo perdieron todo en la crisis de 2015 y se vieron obligados a convertir sus vehículos en hogar.
A diferencia de lo retratado en "Nomadland", película de Chloé Zhao, la gran vencedora de los Óscar, quien vive sobre ruedas en Brasil no se mueve entre ciudades, sino por barrios de la misma urbe, siempre en busca de un lugar seguro donde poder realizar pequeños trabajos.
"Nosotros vivimos aquí, después allí, luego allá. Tenemos que irnos cuando las cosas no salen bien. A veces hay vecinos que no nos quieren cerca, entonces nos marchamos", explica a Efe Geraldo Pereira, de 60 años y quien vive en una camioneta con su esposa.
El vehículo se convirtió en su hogar cuando perdió el empleo como albañil, fue abandonado por su exmujer y los hijos se fueron a vivir a otro estado.
Era el año 2015. Brasil se encontraba en plena recesión económica, que se extendería un año más y sumergiría al país en una crisis sin precedentes, de la que no terminó de salir y ahora se ha visto agravada por la pandemia del coronavirus.
"En esa época, andaba por las calles empujando un carrito, trabajaba con reciclaje. Pero ya no funcionaba, entonces decidí comprar esta kombi roja y vivir en ella, porque me sentía más seguro", recuerda.
Pereira vive hoy de la venta de fruta enfrente del metro, pero la irrupción del coronavirus -y la paralización de las actividades no esenciales- hizo que pasara a sobrevivir principalmente de donaciones.
En su camioneta, almacena alimentos, utensilios domésticos, ropas y los accesorios necesarios para trabajar, todos cuidadosamente dispuestos alrededor de una cama improvisada repleta de mantas.
Revela que la vida sobre ruedas supone un desafío diario, ya que los "nómadas" tienen que lidiar con la inseguridad, los prejuicios del vecindario, además de las dificultades para cocinar o ducharse.
La magnitud de este drama es desconocida, pues no hay datos sobre las personas que viven en vehículos en Brasil.
DEL AUTOMÓVIL A LA AUTOCARAVANA
Llegar a vivir en una casa rodante en Brasil implica a menudo un tortuoso proceso evolutivo no al alcance de todos: primeramente, se vive en un automóvil; enseguida, en una camioneta; luego en un autobús adaptado y, finalmente, en la anhelada autocaravana.
Desde hace seis meses, el restaurador Gilmar Braz reside con su esposa Nilcelia y sus seis hijos, de entre 4 y 18 años, en una autocaravana, una adquisición que califica como "un sueño" hecho realidad.
"Ahora tenemos un techo, es más calentito, los niños están más protegidos y yo puedo salir a trabajar un poco más tranquilo", afirma.
Oriundo del sureño estado de Paraná, la pareja lleva décadas en Sao Paulo y, en medio de la crisis, el trabajo fue menguando mientras crecía la familia.
"Al principio podíamos alquilar una casa, era solo yo, mi esposa y un hijo. Con el tiempo la familia fue aumentando" y "de repente o pagaba el alquiler o alimentaba a mis hijos", rememora.
Su familia pasó entonces a dormir en la calle, muchas veces sin comida, bajo un frío tan intenso que llegaban a "doler todos los huesos", hasta que consiguió comprar una tienda de campaña y se fueron a vivir a una plaza.
"Poco a poco fui trabajando, ahorrando hasta que finalmente pude comprar una camioneta, después un autobús antiguo y, por fin, la autocaravana", apunta.
"Ya tenemos un espacio para dormir cada uno, la cocina (...) Pero aún no hay baño, tenemos que usar el de la terminal (del metro) y los niños se duchan en la casa de una amiga", añade.
RUTINA DE "HUMILLACIONES"
Entre los habitantes de esta céntrica calle de Sao Paulo hay quienes prefieren la compañía de animales, como Joao Andrade Correia, quien vive en un autobús con sus 10 perros desde hace dos años.
Después de trabajar gran parte de su vida en el sector de hostelería y turismo, su situación cambió drásticamente en 1990, cuando el Gobierno del entonces presidente Fernando Collor de Mello (1990-1992) confiscó los ahorros bancarios de buena parte de la población.
A partir de entonces su vida fue complicándose cada vez más hasta que, en 2015, vino la crisis y Correia ya no pudo pagar el alquiler, por lo que pasó a vivir en una chabola y, después, en una camioneta.
Entre donaciones y el reciclaje, logró comprar el autobús donde vive hoy, pero ello no le privó de "humillaciones" diarias.
"Ya he sufrido y aún sufro mucha humillación, porque esta ciudad de Sao Paulo es controvertida. Hay mucho prejuicio, racismo y egoísmo", recalca.
"La gente te estigmatiza, muchos tiran cosas en los perros, provocan, insultan. Esa es la actitud de muchos, te tratan como si fueras su propiedad. Dicen 'voy a matar ese viejo' y es precisamente lo que hacen, te van matando poco a poco", matiza.
Nayara Batschke