Soy enfermero, educador médico en prevención de VIH y especialista clínico en afirmación de género. Entreno doctores en Ohio acerca de cómo proveer PrEP, así como otros programas sociales y de investigación clínica dentro y fuera del estado. Mi esposa Laurie y yo tenemos dos hijos y somos parte del programa de padres temporales (Foster Care). También soy activista de la comunidad LGBTQ+ y estudio una maestría para ser “nurse practitioner”.
He tenido intentos de suicidio debido a la discriminación, las leyes, la sociedad y el “bullying”. A los 18 años en un baño de hombres, tres chicos me atacaron y me rompieron las costillas. No me sentí seguro de reportarlo a la policía porque soy “un chico trans” y no sabía cómo reaccionarían. A pesar de eso, no pudieron detener mis sueños ni mis ganas de seguir adelante. Nací en un pueblo de Texas. Soy hijo de una madre blanca y un papá japonés. Cuando quisieron celebrar su boda tuvieron que ir a cinco estados antes de llegar a Washington para obtener una licencia de matrimonio —antes no era legal casarse entre diferentes razas. Tenía dos hermanos, el de en medio murió de SIDA antes de que hubiese medicamentos. Siempre fuimos los raros del pueblo: La familia interracial, dos hijos gais y un trans. No estaba conforme con mi sexo, mamá siempre quiso tener una niña, creo que solo usé vestido en el kínder y la banda de la secundaria.
Mi naturaleza era ser masculino, mis juegos eran colectar ranas y pescar. Mi madre se entristecía cuando no usaba los juguetes de niña, pero, aun así, me daba libertad para elegir lo que quería. Me sentía conforme conmigo hasta la pubertad, cuando a los nueve años mi pecho empezó a crecer, mi cuerpo no era lo que quería.
Un día, con 15 años, mis padres me llevaron a una biblioteca, vi la foto de un chico trans y dije… eso es lo que soy, ahora todo tiene sentido, no sabía que existía la comunidad trans. Nos fuimos a California en un lugar muy conservativo, traté de empezar la testosterona, pero no encontré con quien y San Francisco estaba a dos o tres horas. En la escuela participaba en competencias académicas; yo era un buen estudiante. Desafortunadamente la dejé por el acoso y la forma que me trataban. Fui tatuador por 10 años, pero no me sentía aceptado como trans al 100%.
Cuando llegué a Cincinnati hice mi prueba de GED y la pasé. Empecé la universidad, fui presidente de la comunidad LGBTQ, lamentablemente al realizar las prácticas clínicas –por ser trans– los profesores no me dejaban estar a solas con pacientes, no podía usar el baño correcto, me deprimía y me preguntaba… ¿sirve esto de algo? Yo no soy un depredador. Era difícil escucharlos decir: “no queremos hacer sentir a la gente incómoda contigo”, aun así, me gradué con honores.
Antes de mi primer trabajo –que fue en el área de salud mental en un hospital muy prestigioso– empecé mi transición a los 29 años. Inicialmente testosterona y después, con el apoyo de mi esposa Laurie y su familia, la cirugía de masculinización para remover mi pecho porque era muy grande y no lo podía esconder. Esto cambió mi vida para sentirme bien. Lo pagué con mi dinero, ya que antes el seguro médico no apoyaba estas cirugías.
Algunos hombres trans se vendan tan apretados que tosen sangre, se rompen costillas y se lastiman los pulmones. Estoy en testosterona desde hace 15 años y ahora mi nombre legal es Jonah.
Al final de la entrevista, Jonah Yokoyama dejó este mensaje a los lectores de La Mega Nota: “Si quieres salir del clóset, hay comunidad y familia ahí afuera, una vida completa esperando por ti. Aunque existan estas terribles leyes, puedes llevar una vida productiva como trans. Cuando estés listo, no te niegues la oportunidad de ser feliz”.
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“Empecé mi transición a los 29 años; primero testosterona y después con el apoyo de mi esposa Laurie y su familia, la cirugía de masculinización para remover mi pecho. Estoy en testosterona desde hace 15 años y ahora mi nombre legal es Jonah”, relató a La Mega Nota el enfermero, Jonah Yokoyama. (La Mega Nota/Marco Trujillo)