Paju (Corea del Sur), 12 feb (EFE).- Desertores norcoreanos y familias con raíces en el Norte de la península coreana celebraron hoy los tradicionales ritos de Año Nuevo lunar en la frontera entre ambos países, en un momento en que la pandemia y la ausencia de diálogo empañan sus ansias de reunificación.
El parque Imjingak, 40 kilómetros al noroeste de Seúl, es el lugar más popular para realizar el ceremonial, aunque hoy, primer día del año según el calendario lunar coreano, los asistentes se han reducido mucho por culpa del virus con respecto al año pasado, cuando Corea del Sur apenas sumaba dos infectados por estas fechas.
Aún así, decenas de familias acudieron a primera hora al recinto, situado frente a la zona desmilitarizada (DMZ) que divide ambos países, para el rito del "Charye" que se realiza en honor de los ancestros en Año Nuevo.
REVERENCIAS HACIA EL NORTE
Algunos efectuaron las reverencias y ofrendas correspondientes en una gran mesa ceremonial instalada por las autoridades locales y otros montaron su propio altar con los tradicionales alimentos y bebidas traídos de casa, aunque siempre mirando al Norte, cuyas montes se divisan con total claridad al otro lado del río Imjin.
Esta es para muchos la mejor manera de sentir cerca la tierra de sus antepasados -la tradición coreana otorga una importancia capital a los ancestros- en una península que permanece partida desde hace más de 75 años.
Aunque de manera menos numerosa que en años anteriores, hoy se dieron cita personas que desertaron recientemente, como Son Ju-han, que llegó al Sur en 2016 dejando atrás a su mujer e hijos, con los que no ha podido volver a comunicarse y a los que recuerda entre lágrimas cuando habla de ellos y de su tierra natal.
Otros siguen viniendo a rendir culto a su linaje pese a que ya nacieron en el Sur (es el caso, por ejemplo, del actual presidente surcoreano, Moon Jae-in, hijo de norcoreanos) y otros, como Hyeon Song-taek, solo llevan viniendo en los últimos años pese a que hace décadas que abandonaron el Norte.
SIETE DÉCADAS EN EL SUR
Hyeon, al que acompañan su hijo y nieto sureños, nació en 1931 en Hamhung, la segunda mayor ciudad del país vecino, y en plena Guerra de Corea (1950-53), con solo 19 años, logró llegar al Sur, aunque atrás quedaron su madre y su hermana.
"De Hamhung logré llegar al puerto Hungnam, que queda cerca, y fui llevado en barco al Sur", explica a Efe sobre la que fue la mayor evacuación de civiles norcoreanos durante la guerra coincidiendo con la irrupción del ejército de voluntarios chino a finales de 1950.
"Aunque no sé cuándo moriré, tengo 90 años y no creo que me quede mucho para volver a ver el lugar donde nací y a mi familia", lamenta cuando se le pregunta por su anhelo de que las dos Coreas, técnicamente aún en guerra, sellen la paz y se unifiquen, o al menos permitan reencontrarse a los cientos de miles de familias que quedaron separadas.
SANAR LA HERIDA
Tras un idílico 2018 en el que los líderes de ambas Coreas celebraron tres cumbres, el enroque en las conversaciones sobre la desnuclearización del régimen de Pionyang y el enfriamiento del diálogo dejaron claro, una vez más, lo complejo que resulta sanar la herida intercoreana.
A esto se ha sumado la pandemia, que no solo ha tornado más tristes las celebraciones en el Sur, también ha hecho que el Norte se ponga a la defensiva y cierre a cal y canto sus fronteras para evitar que el virus se descontrole en el empobrecido país, una actitud que complica aún más el entendimiento transfroterizo.
Kim Sang-bung, de 91 años y nacido en la provincia de Pyongan del Sur, que rodea a la capital Pionyang, tampoco se muestra optimista y simplemente subraya que le "encantaría" poder retornar al lugar que le vio nacer.
El llegó al Sur en 1945, el año en el que Washington y Moscú decidieron dividir en dos la península, y como muchos otros hoy aquí, solo puede mirar impotente hacia el otro lado del puente que conduce a Corea del Norte y que, en circunstancias normales, se podría cruzar a pie en apenas unos minutos.
Andrés Sánchez Braun