París, 27 feb (EFE).- Hace más de cien años que las aguas del Bièvre, el segundo río de París, no tocan sus calles. Pero esta situación puede cambiar con el plan para que el río fluya de nuevo por los jardines del sureste de la capital y revierta la tendencia al asfaltado.
Al contrario que el Sena, el Bièvre no puebla el imaginario de los enamorados de París, ni aparece en las canciones y cuadros que han convertido en icono la Ciudad de la Luz, pero en el siglo XIX, antes de ser cubierto, era inspiración de poetas como Víctor Hugo que lo describió como un "valle tranquilo y sombrío".
Sin embaro, esa no era la imagen que muchos parisinos tenían de este río, que por la buena calidad de su agua era utilizado por lavanderas, curtidores y molinos desde el siglo XIV. Las industrias lo convirtieron en un foco de enfermedades y una fuente de pestilencia que llevaron a las autoridades a cubrirlo.
Hoy, el Bièvre es un río partido en dos: un remanso de paz en las nueve ciudades al sur de París que atraviesa al aire libre, y un conjunto de cañerías donde se mezcla con las aguas residuales desde la zona más cercana al aeropuerto de Orly, hasta terminar en plantas depuradoras.
En los últimos veinte años varias localidades de la región parisina han realizado obras para que el Bièvre vuelva a atravesarlas, con la voluntad de devolver espacios verdes a sus vecinos. El último tramo llega ya a Arcueil, a las puertas de París, el próximo y gran desafío en este proceso de recuperación.
"Vamos a estudiar cómo reabrir varios tramos en París, especialmente en los parques y jardines que siguen el recorrido histórico del Bièvre en París, unos seis kilómetros en total", explica a EFE el concejal de Ecología del Ayuntamiento de París, Dan Lert.
A partir de este verano, el río desembocará nuevamente en el Sena, aunque aún cubierto y tendrá que ser desviado para su limpieza cuando haya precipitaciones. Mientras tanto, el consistorio estudia la viabilidad técnica y financiera del proyecto, que ya fue descartado a comienzos de este siglo por su elevado coste.
OBRAS DE ENVERGADURA
Lert confirma que las obras se estiman en más de 50 millones de euros, pero la resurrección del río ya no se basa en un capricho sino en una constatación: la necesidad de refrescar la ciudad y devolver la naturaleza a sus calles.
"En los lugares donde no podamos hacer que vuelva a surgir a cielo abierto, estamos reflexionando para hacer una remodelación urbana y hacer un paseo verde en las zonas que el río atravesaba en París", explica el concejal.
Este ambicioso proyecto del Ayuntamiento se basa también en una de las promesas de la alcaldesa, Anne Hidalgo, de que los parisinos vuelvan a bañarse en el Sena después de los Juegos Olímpicos de 2024, cuando confían que varias pruebas puedan realizarse en sus aguas.
Desde su entrada por Gentilly, el Bièvre atravesaba el sudeste de París, refrescando varios parques hasta atravesar el Jardin des Plantes y desembocar en el Sena junto a la Estación de Austerlitz. Allí ahora hay asfalto, edificios y un metro aéreo; tan solo unas placas recuerdan su presencia subterránea.
UNA REALIDAD AL SUR DE PARÍS
"La idea de reencontrarse con el Bièvre en París es muy excitante, pero presenta problemas considerables por el volumen de obras que implica, los plazos de realización y la exigencia de calidad de agua para que vuelva a surgir al aire libre", señala el presidente de la Asociación de Amigos del Valle del Bièvre, Jean-Louis du Fou.
Du Fou, activista implicado en la defensa de este valle desde hace cuarenta años, destaca los buenos resultados que la recuperación del río ha dado fuera de la capital.
En Igny, a unos 40 kilómetros de París, lo que antes era una canalización es ahora un riachuelo con meandros y jardines por donde pasean los vecinos.
Las obras se suceden por la zona para responder a las normativa europea de renaturalización de los ríos, con la que se pretende además combatir las inundaciones periódicas.
La fauna ha vuelto también a instalarse en el río y sus alrededores, donde en estos tiempos de pandemia la gente pasea sin mascarilla y escucha el canto de los pájaros. Una escena insólita a menos de veinte minutos en tren de la capital.
No muy lejos de allí, en Jouy-en-Josas, el centro de la ciudad se encuentra levantado por las excavaciones que harán renacer el río y construir una zona verde de paseo.
"El Bièvre recupera su libertad", promete un cartel junto a las obras. Una promesa de libertad que en los próximos cinco años podría dar un cambio al grisáceo rostro del sureste de París.
María D. Valderrama