Usiacurí (Colombia), 19 oct (EFE).- Conocido como el "pesebre del Atlántico" por estar en medio de cerros verdes y también por sus artesanías en palma de iraca, Usiacurí, un pueblo del Caribe colombiano, ha hecho de sus tejados un lienzo a cielo abierto para pintar el mural más grande del país.
Este pueblo de unos 10.000 habitantes situado en el centro del departamento del Atlántico, a unos 40 minutos de Barranquilla, la capital regional, es famoso además por acoger hasta su muerte al poeta Julio Flórez y porque en un país con altos índices de violencia es de los más tranquilos, con tan solo un homicidio cometido en el último cuarto de siglo.
Desde el mirador de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, diseñada y construida a finales del siglo XIX por el ingeniero cubano Francisco José Cisneros, se puede apreciar cómo todos en el pueblo trabajan como hormigas en los tejados de sus casas para llenar de color los 16.000 metros cuadrados de imágenes de aves que habitan la reserva natural Luriza, ubicada a unos seis kilómetros de allí.
La guacharaca caribeña, la piranga abejera, el periquito bronceado y el búho de anteojos son algunas de las especies de esa reserva plasmadas en los techos de las casas gracias al trabajo mancomunado de los artistas locales y algunos traídos del interior de país.
TRANSFORMACIÓN SOCIAL
La Gobernación del Atlántico y la Fundación Pintuco, una entidad sin ánimo de lucro que trabaja en la mejora de viviendas, espacios comunitarios e instituciones educativas, lideran "Usiacurí es más", una estrategia de transformación social con color.
El representante en Barranquilla de la Fundación Pintuco, Daniel Montoya, explica a Efe que "la estrategia, cuyo objetivo es generar apropiación comunitaria y potenciar el turismo en la región, cuenta con componentes de tipo social, técnico, artístico y de formación".
Según Montoya, no se trata solamente del lienzo a cielo abierto en los tejados, sino que también se avanza con la construcción de la ruta de murales artísticos, en la cual se pueden apreciar 400 metros cuadrados de obras pictóricas en las paredes del pueblo.
"Las obras están distribuidas en diferentes puntos del territorio, los artistas usiacureños y de la región materializan aspectos que identifican el municipio y su comunidad como lo son la poesía y la tradición artesana", precisó Montoya.
TALENTO LOCAL
Edwin Solano y Danilo Jiménez son dos de esos artistas que han vivido en Usiacurí dedicados a pintar murales, especialmente en las zonas turísticas.
"Hace muchos años estamos trabajando en esto, especialmente en algunas fincas que sirven de atracción turística", explicó Jiménez mientras su compañero preparaba las pinturas de un nuevo mural que están haciendo a la entrada del pueblo.
Para Jiménez, a quien le falta el antebrazo derecho, lo más importante con este proyecto es que "no solamente están llegando más turistas al pueblo que mejoran la economía, sino que además están usando mano de obra local".
"Uno de los puntos que la gente ha comenzado a visitar es el mural de la escalera en donde se resalta la tradición artesanal, la historia del municipio y los referentes identitarios de Usiacurí", agregó, al explicar que otro mural ubicado a un costado muestra a las personas, las familias y comunidad que han sido las encargadas de "transmitir la tradición de las artesanías".
FACHADAS DE COLORES
El proyecto también contempla la pintura de las fachadas de la mayor parte de las viviendas de Usiacurí. Los colores surgieron de una propuesta arquitectónica concertada con los habitantes mediante una votación.
Hoy en Usiacurí las viviendas tienen el blanco como fondo para simbolizar la paz y la tranquilidad que allí se vive, que es adornado con una amplia gama de colores que va desde el naranja, pasando por el verde, el fucsia y el amarillo.
A cincuenta metros de la plaza de Julio Flórez, personaje emblemático del municipio, comienza el recorrido del color en este pueblo en el cual, a través de la pintura, se cuentan historias que invitan a los visitantes a sumergirse en un mundo de fantasía al alcance de sus manos.
Por Hugo Penso Correa