Sidi Bouzid (Túnez), 17 dic (EFE).- Túnez celebra hoy, por primera vez en once años, el aniversario de la revolución que acabó con la dictadura de Zinedin el Abedin Ben Ali, por imposición de su controvertido presidente de la República, Kaïes Said, quien el pasado julio suspendió el Parlamento, destituyó al Gobierno, recortó libertades y se arrogó poderes excepcionales.
Enfrentado a la clase política, a la que acusa de haberse apropiado del movimiento popular, y con el país al borde del colapso económico, Said ordenó semanas atrás cambiar la fecha del día nacional, que hasta entonces se celebraba el 14 de enero, día que el tirano huyó a Arabia Saudí.
El 17 de diciembre de 2011 está marcado como el detonante de aquella protesta que después desembocó en las llamadas "primaveras árabes".
Aquel día, en la ciudad de Sidi Bouzid (centro), el joven Mohamed Bouazizi, de 26 años, se inmoló en un gesto desesperado después de que la policía le requisara la mercancía -frutas y verduras- del pequeño puesto ambulante que regentaba, el único sustento de su familia, al no tener una licencia.
Su muerte desencadenó protestas entre sus vecinos por la falta de expectativas de futuro y libertades, que pronto se extendieron al resto del territorio y más tarde a Egipto, Libia, Siria, Yemen y Baréin.
Ahuyentado el tirano, el ayuntamiento erigió un monumento de una carreta como homenaje a Bouazizi, primer "mártir" de la revolución, en la plaza que lleva su nombre, recuerda a Efe Nordine Jleli, un ingeniero electrónico en paro desde hace 12 años.
"Todos los proyectos, el desarrollo y la lucha contra el desempleo que pedíamos quedó reducido a esto", señala con desgana el monolito de piedra que sirve a la vez de altar para las pancartas durante las manifestaciones y de parque infantil, en ausencia de cualquier otra infraestructura pública.
EL PRESIDENTE DE LOS ESLÓGANES
Los habitantes de Sidi Bouzid consideran que cambiar la fecha de la revolución supone restituir un derecho de reconocimiento, aunque se muestran escépticos con el discurso del mandatario y le acusan de hacer negocio con los eslóganes.
"Su majestad el presidente comercia con Sidi Bouzid porque todos sabemos que la chispa de la revolución comenzó aquí. Estoy desempleado, me da igual que el día libre sea el 14 o el 17. Busco comer, poder vivir", señala Jleli en tono irónico, decepcionado tras haber votado por él en las últimas elecciones de 2019 y comprobar que su programa económico y social es "inexistente".
Al grito de "tenemos derecho a pan, tenemos derecho al trabajo", Zouhour Frigi, se manifiesta algunos metros más allá junto a sus compañeros para protestar contra la reciente decisión del mandatario de retirar la ley 38, que obliga al Estado a contratar en la función pública a 10.000 diplomados que se encuentren desempleados desde hace al menos diez años.
Este texto, que el propio jefe del Estado ratificó en agosto, es considerado ahora "ilusorio y engañoso" y se buscan alternativas en un país en el que la tasa de desempleo alcanza el 18 % y la masa salarial del funcionario representa el 15 % de su producto interior bruto (PIB).
"Nos sorprendió que un hombre de ley haga caer una ley. La excusa es que ha sido redactada por criminales, lo que quiere decir que los 119 diputados que votaron por ella eran criminales y, por lo tanto, ha contribuido a este crimen", declara Frigi, acampado en la plaza de Bouazizi junto a una quincena de personas.
EL HASTÍO DE REIVINDICAR
Una vez por semana desde hace un lustro, Rebah Zafouri, empleado en el Ministerio de Sanidad, marcha en solitario junto a una gran pancarta a lo largo de la avenida de la República, arteria que atraviesa esta localidad de 50.000 habitantes, para recordar los proyectos prometidos por las autoridades y que han caído en el olvido.
La construcción de un hospital universitario, una autopista para conectar las regiones del centro y del sur y la apertura de la mina de fosfato de Meknesi que crearía numerosos puestos de trabajo son algunos ejemplos, señala este militante por los derechos humanos mientras camina imperturbable entre las hileras de vehículos.
"La gente se ha cansado de reclamar durante todos estos años, yo no puedo", lamenta y pide aprovechar "este momento histórico, revolucionario y político para activar estos proyectos".
A pocos metros de allí, una gran puerta metálica reza "Museo de la Revolución", aunque detrás sólo hay un terreno vacío y una promesa desde 2015: un presupuesto de un millón de euros para honrar la memoria de un pueblo que cambió no sólo su historia sino la de toda la región.
"Es una caricatura de la revolución, un gran letrero escrito sobre puertas cerradas", concluye un joven que camina cerca del lugar.
Natalia Román Morte